viernes, 28 de marzo de 2008

“Anda, pollo, cállate de una vez”


Hace poco me han sucedido dos pequeñas historias de esas que le dejan a uno mal cuerpo.

El día 22 de marzo de este año tuvo lugar el primero de estos hechos, que fue protagonizado por un conductor. Acabábamos de bajarnos del autobús que nos llevó de nuestra pequeña ciudad a la Estación de Autobuses de la Avenida de América de Madrid y en esa misma estación nos dispusimos a coger uno de esos autobuses verdes (los comprendidos entre el 281 y 285) que paran en un macrohotel en el que suelen pernoctar los usuarios no madrileños del aeropuerto . En el andén estaba parado un 281 y su conductor estaba dentro; cuando me dispuse a preguntarle el tiempo que iba a tardar en salir el vehículo, el hombre me dijo de un modo tajante que con esas maletas no podíamos subir. Me quedé planchado y buscamos un taxi que nos cobró más de diecisiete euros, cuando podríamos haber resuelto el mismo trayecto con cuatro picadas de un metrobús. Ni que decir tiene que a los autobuses verdes (y a cualquier otro autobús urbano) se puede subir con maletas. Pero acabábamos de toparnos con una de esas personas que hacen el mal por puro placer porque tienen las espaldas cubiertas: al fin y al cabo, nadie iba a denunciarle, pues las personas con las que se ceba no son de Madrid y se van, ipso facto, a un destino más o menos lejano en el que pasarán unos días para luego volverse a sus casas. Serían entre las ocho menos cuarto y las ocho de la tarde y el caritativo conductor era un hombre de edad cercana a la jubilación, moreno, no muy alto y tal vez con entradas.

Salí dolido de aquel episodio y, como no tengo más recurso que éste, lo publico en esta humilde bitácora.

El 28 de noviembre, en el autobús de vuelta que nos trajo de Madrid a nuestra pequeña ciudad estaban sentadas cerca de nosotros dos veinteañeras de impecable factura externa y ruidosos teléfonos móviles. Una morena y una rubia, como en La verbena de la Paloma. Ya en mi provincia, la rubia saca un ordenador portátil, lo sitúa entre ella y su compañera de asiento, lo enciende y se ponen a ver fotos de musculosos místeres de torso desnudo con una música frente a la cual el Chiqui chiqui de Rodolfo Chikilicuatre parecía mismamente la novena de Mahler. Y a un volumen considerable. Mi mujer hace un gesto de desaprobación y yo me lanzo a ofrecerle a la rubia en préstamo unos auriculares para que los demás no tengamos que escuchar su música; como alternativa le planteo (craso error) que baje el volumen. Asimismo, le digo que en cada asiento de ese autobús hay tomas de auriculares para que nadie tenga que escuchar ni la película ni la música del vecino. Lo baja y me dice que si es suficiente, le digo que tendría que quitarlo del todo (insistiendo en la idiosincrasia sonora de esa compañía de autobuses) y la buena señora me dice de malos modos que tendría que haberme limitado a pedirle que lo bajara sin darle tanta explicación. Yo le dije que la única manera como yo pido las cosas es intentando dar razones. Entonces la moza deja de mirarme y dice, con un tono de desprecio digno de mis peores alumnos:

-Anda, pollo, cállate de una vez.

Primera humillación. Y no sé qué le dije a continuación, porque aceptó el préstamo de mis auriculares para compartirlos con su compañera de asiento, la morena de estudiados rizos. Yo le dije que se los quedara y ella me dio las gracias con desgana (la verdad es que se lo dije no por bondad sino porque no quería que ningún miembro de mi familia se manchara los oídos con la cera de la beldad en cuestión). Segunda humillación: el portátil sigue sonando, la rubia se guarda los auriculares, no me los devuelve (si no los usa, para qué se los queda, digo yo) y llegamos a mi ciudad. No tengo arrestos de pedirle que me los devuelva: soy asín de cobarde.

Ella se baja del autobús a fumarse su pitillo rubio para luego seguir en el autobús hasta su destino; nosotros nos vamos a casa.

Salí dolido de aquel lance y, como no tengo más recurso que el del pataleo, también publico la divertida anésdota en esta bitácora.

jueves, 20 de marzo de 2008

Cocido en cuaresma


Juan Ramón Santos Fernández, en una carta publicada en El País el 19/03/2008, se queja de la imposibilidad de comer cocido maragato en cinco restaurantes de Astorga un viernes de cuaresma y se pregunta: “¿Quién decide lo que se come en esta ciudad, la tradición, la Iglesia, la Junta de Castilla y León? Si llegan hasta aquí, es que tienen demasiado poder sobre nuestras vidas, sobre nuestra educación, sobre nuestros gustos y orientaciones sexuales y, para que nada se escape a su control, sobre nuestros estómagos.”

¿Quién decide qué comidas se ofrecen en los restaurantes? Muy fácil: sus dueños. Yo apoyaría a Santos si hubiera formulado la misma queja sobre cualquier comedor de un organismo oficial. Pero los restaurantes son empresas privadas, y sus dueños y jefes de cocina son libres de elegir los platos de sus cartas, sean cuales sean sus motivos. Tan libres como lo es Santos de de quejarse por ello.

sábado, 15 de marzo de 2008

Objetores contra la Eduación para la Ciudadanía

Una reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía da la razón a un colectivo de padres que se han declarado objetores de conciencia contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, asignatura que de otro modo tendrían que cursar sus hijos en la ESO. La sentencia se basa en que los padres tienen derecho a educar a sus hijos en libertad y conforme a sus propias convicciones morales. Y yo me pregunto: amparándonos en esta misma filosofía, ¿por qué no objetar contra la asignatura de Biología? Es una asignatura en la que se enseñan las teorías evolucionistas de Darwin a nuestros hijos, cuando tenemos derecho a educarlos en la creencia de que el hombre no viene del mono sino que fue creado por Dios a su imagen y semejanza. ¿Por qué no objetar contra la Física y la Química? ¿Mi hijo va a tener que estudiar que el universo nació de un big-bang, cuando mis convicciones morales me dicen que Dios lo creó en seis días? ¿Por qué no objetar contra la asignatura de Historia, en la que se enseña a nuestros hijos que el origen de nuestra cultura es una sociedad pagana y politeísta como la griega? ¿Por qué no objetar contra la Educación Física, basada en un absurdo culto al cuerpo? ¿Y contra la Música, en la que se les enseña que el mejor compositor de la historia es un luterano llamado Bach? ¿Por qué no objetar contra la Historia del Arte, asignatura en la que les enseñan multitud de esculturas y pinturas de desnudos? ¿Y contra la Plástica -no les dé por mandarles dibujar alguno de esos desnudos-? ¿Y contra la Filosofía, con tanto filósofo ateo, tanto hereje y tanto marxista?

Aunque don Alejandro Tiana (que es quien manda en Educación) se ponga gallito, nos da lo mismo: como los alumnos pueden pasar de curso con cuatro asignaturas suspensas… hasta cuatro, tenemos dónde elegir.

lunes, 3 de marzo de 2008

La abyecta moral de YouTube

Hace no mucho tiempo recibí la noticia de la desigual batalla que libró el llamado "Padre coraje de Móstoles" contra YouTube, conocida página de Internet en la que los descerebrados que vejaron a su hijo discapacitado colgaron varios vídeos en los que se veían tales vejaciones. El padre en cuestión, obrero jubilado sin conocimientos de inglés, envió a los responsables de la citada página innumerables correos implorando que descolgaran esos vídeos vejatorios. Pasaron varios meses sin que las súplicas de aquel buen hombre surtieran efecto alguno, y tan sólo el impacto mediático que tuvo el caso en la prensa y televisión españolas consiguió que se retiraran esos vídeos. En YouTube hay colgadas de forma permanente vejaciones varias ejercidas contra discapacitados, profesores y otras personas, y sólo sentencias judiciales pueden obligar a los responsables de esta página a que descuelguen esos vídeos.

Un amigo informático me dijo que el control personalizado de los vídeos que llegan a YouTube es imposible porque YouTube dejaría de ser entonces un negocio. Lo creí hasta que me sucedió la siguiente anécdota: estas Navidades un amigo me envió por correo electrónico una felicitación navideña en forma de simpático vídeo de contenido erótico (que no pornográfico), vídeo que quise reenviar a los miembros de un grupo de correo electrónico, pero el grupo en cuestión tiene una limitación mayor en cuanto al tamaño de los archivos adjuntos que la habitual en los correos individuales. No me quedó más remedio que colgar el vídeo de YouTube y enviarles a estos colegas un correo con el enlace en vez de con el vídeo.

A los cuatro o cinco días me llegó un correo electrónico de YouTube informándome de que mi vídeo había sido retirado por “contenido inapropiado”. Mi amigo informático se había equivocado: hay control personalizado en esa página. Por curiosidad, me puse a buscar vídeos eróticos en YouTube y no existen. La moral de YouTube es muy peculiar: mientras consienten que vejaciones varias sean colgadas y permanezcan de forma indefinida, cualquier contenido mínimamente erótico es descolgado a la primera de cambio.

Eso me recuerda a la vieja moral reaganiana: las escenas de desnudos dejaron de aparecer en las películas y series de televisión americanas, mientras que los productos más violentos (en las que los malos siempre eran vietanamitas, chinos, iraníes o sudamericanos) estaban a la orden del día. YouTube es algo mucho peor: ha elevado esa vieja moral cinematográfica y televisiva reaganiana a la cruda realidad.

Me dan asco.